Desde
que tenía seis años de edad, Moema siempre soñaba con un muchacho de apariencia
caucásica y familiar en sus gestos. Era la cuarta hija y la más joven del jefe
de la tribu, Apuriña. Se encontraban al norte del río Amazonas. Conocidos como
una de las tribus más distantes y aisladas de la civilización moderna. Contacto
con el “hombre blanco” era solamente reportado y consolidado en las historias y
leyendas. En sus reuniones, alrededor de la hoguera; la abuela de Moema
relataba cuentos misteriosos y fascinantes. Muchos de estos relatos se trataban
de posibles visitas de seres extraños que vienen de mundos insondables y
desconocidos. Moema una indiecita muy inteligente y curiosa, se interesaba y se
deslumbraba por esas historias. Intentaba materializar en su imaginación un
probable mundo desconocido.
Un
día, en un ritual aborigen de chamanismo, con un tono de voz suave y
contemplativo, Moema le dice a su mejor amiga: Iracema.
-
He tenido un sueño hoy…
-
¡Hum, eso es genial! ¡Sin embargo es muy difícil saber cuándo no estás soñando!
Iracema
se burla de ella.
-
Esta vez me parecía algo más serio…hum…Tal vez más lúcido. Reconozco que soy
una gran soñadora y que la presencia de alguien persiste en mis sueños. Pero
nunca he soñado así fuerte.
-
¿Es con aquel mismo chico? ¿Uno que has dicho que era raro? ¿Uno que es
bastante parecido a los mitos que tu abuela cuenta?
-
¡Sí…Exactamente lo mismo! Y creo que sueño con el “hombre blanco” según lo relata
mi abuela.
-
¿Hum…En serio?...!bueno!....Entonces, ¿Cómo puedes soñar con alguien que nunca
habías visto en toda tu existencia?
-
Sí…!buena pregunta!....No tengo una respuesta lógica. Sin embargo, como tenemos
todo el legado místico de nuestra tribu, la podemos encontrar.
-
Puede ser. ¿Pero podrías describir este sueño en detalles? ¿Estabas también
actuando en él o eras una mera observadora?
Moema
finalmente logró despertar la atención y el interés de su amiga. Tomada por un
estado de profunda introspección, Moema, pensativa y confusa se pierde del
diálogo.
Su
padre, el cacique, al darse cuenta de la desconcentración y dispersión de su
hija, creyó que le estaba ocurriendo un cambio natural. Después de todo, “la
indiecita Moema ya no era más una niña y teniendo en cuenta que su matrimonio
había sido premeditado desde su nacimiento, podría estar reflexionando sobre
esto”, pensó el jefe.
Volviendo al tema, Moema le contesta:
-
Allí mismo en las montañas de la selva, al norte del Río, entre tantas bellezas
de innumerables faunas, yo estaba viendo a los jaguares que acechaban a sus
presas, cuando de repente lo vi.
-Así
que… ¿Cómo era él? ¿Lo que estaba haciendo? ¡Sigue…!
-
Él estaba con un traje extraño que nunca he visto antes! Con una cosa muy rara
en la cabeza. Tenía el pelo como la luz del rey sol, sus ojos eran como la
inmensidad del cielo. Su piel brillaba con el toque del rey nublando toda mi
visión.
-
¡Guau! ¡Qué emoción! ¡Incluso me estremeció todo el cuerpo! En realidad, la
descripción es muy similar a las historias de tu abuela. La respuesta más
consistente es que: como eres tan soñadora y fantasiosa, fuiste la única que
pudo ir más allá. Has visto e imaginado al “hombre blanco” tal y cual lo
describen.
Después
del rito, Apuriña el jefe, se dirigió a su hija y le preguntó:
-
Moema, ¿Qué te pasa? Tú y tu amiga no le prestaron atención a la ceremonia. Es
mejor que la observéis y participéis para aprender a aplicar los métodos
curativos.
-
¡Papá! Me estaba contando el sueño que tuve sobre el supuesto hombre blanco.
Cargado
de aire irónico, su padre rechaza a su sueño.
-
¡Ellos no existen! ¡Ni siquiera sabes se son reales!
Moema
con una voz alterada y firme, se opone:
-
Pero mi abuela lo garante y lo he soñado exactamente como lo describe. ¿Puedo
consultar al chamán para saber si hay alguna explicación para estos sueños?
Con
una voz muy arbitraria e irrebatible, concluye:
-
¡Ya le dije que no! Esto puede ser muy peligroso. No se puede evocar los
espíritus para cosas inútiles e infantiles.
La
indiecita se echó a llorar. Lamentó la rudeza y la hostilidad en la que su
padre ha tratado a su intimidad y su enigma.
Cierto
día, cuando Moema ya avanzaba a sus
quince años, siendo prometida al hijo del chamán y en proceso de conocimiento
mutuo con su novio, le convenció de que realmente necesitaba de una cita con su
padre. Moema se fue al tabernáculo dirigiéndose al chamán y le pidió que
conjurase a los espíritus para que supiera quién es la persona que está siempre
sondando sus sueños. El Chamán se mostró
renuente al principio, pero luego cedió. El ritual en el que se invocaban a los
espíritus, el brujo aparentemente inconsciente, se transfiguró, miró a la india
y le dijo:
-
Aquel pájaro de luz transluciente que has vislumbrado y todavía lo ves en tus quimeras…es
tu alma gemela. La rencarnación pasada de tu novio actual.
Moema
le inquiere:
-
Si por lo tanto, ¿por qué los dos son muy distintos físicamente? y además: yo
nunca he sentido nada así tan deleitoso con mi novio presente como lo que sentí
con aquél de mi sueño.
El
mago ladino que era, no quería arruinar el matrimonio de su infortunado pobre
hijo poniéndole en la humillación de ser rechazado por su prometida. Él desvió
la verdad, aquélla que los espíritus en realidad le habían revelado.
De
todos modos, Moema no se dio por vencida, permaneció devota a su corazón.
En
la inmensidad de las montañas con espesos árboles, de una extensa clorofila que
devoraba todo el territorio, el sol transmutándose de un amarillo dorado para
un rojo anaranjado, en su jornada diaria, se fijaba en el horizonte. En esta bella
puesta de sol, el día anterior a su matrimonio, en un momento contemplativo,
Moema se encontraba llena de dudas y misterios. Se quedó mirando su reflejo en
el río, el sol le saludaba diciendo adiós, mientras la luna lánguida y hermosa
en toda su plena exuberancia, se ostentaba en el cielo dando la bienvenida en
su llegada. Tan lustrosa, límpida y melancólicamente nostálgica. El río
lamiendo el reflejo proyectado por la luna formaba un camino a través del agua
fluyente. Después de un tiempo con los ojos cerrados, tuvo una sensación de
éxtasis que se apoderó de su corazón, fue cuando escuchó una voz que le tocaba
como una canción suave, dulce y que sensualmente la había seducido.
-
¡Hola, bella señorita! ¿Qué estás haciendo aquí por estas horas?
Moema,
muy tímida y esquiva, se alejó bruscamente y no entendía sus palabras, no
obstante, lo comprendió con el lenguaje del alma. Al levantar la vista, se
deparó con el joven de sus sueños. Amor a primera vista. Se miraron entre sí,
con chispas de estrellas que cintilaban de sus ojos. Se concibieron íntimos. Él
era el hijo de un colonizador de aquellas tierras, un territorio todavía
virgen, pero con tantos misterios y bellezas idílicas inspiraba e irradiaba el
amor, el romance y todo lo que refiere al paradisiaco y extraordinario.
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